¿Por qué no soy cura?

Siempre me ha llamado Dios. Desde pequeño, me sentía atraído por las historias de la Biblia, las enseñanzas de Jesús, la vida de los santos. Me gustaba ir a misa, rezar, participar en las actividades de la parroquia. Algunos me decían que tenía vocación sacerdotal, que Dios me llamaba a ser cura. Y yo lo pensaba seriamente.

Pero algo cambió cuando llegué a Bachillerato. Empecé a conocer otras realidades, otras formas de pensar, otras opciones de vida. Empecé a sentir curiosidad por el mundo, por las letras, por la cultura, por la política. Empecé a cuestionar algunas cosas que me habían enseñado, a ver contradicciones, a tener dudas. Sentí también el amor, el deseo, la pasión.

Y me di cuenta de que no era el momento de ser cura. No porque no creyera en Dios o porque rechazara la Iglesia. Sino porque quería vivir mi fe de otra manera, además de estudiar la carrera de Historia y Patrimonio. Quería explorar otras dimensiones de la existencia humana, más allá del ámbito religioso. A veces pienso formar una familia, tener hijos, compartir mi vida con alguien. Otras en irme al seminario, sin olvidarme de contribuir al bien común, desde mi ciudadanía, desde mi solidaridad.

No fue una decisión fácil, y aún siento la culpa por no haber logrado ninguno de los dos objetivos. Tuve que renunciar a un ideal, a un sueño, a una expectativa. Tuve que buscar mi propio camino, con sus riesgos, con sus errores, con sus aciertos.

Aunque tengo dudas, creo que he sido fiel a mí mismo, a mi conciencia, a mi corazón. Creo que he sido coherente con mi fe, con mi razón, con mi experiencia. Ahora busco ser feliz, y, en lo que pueda, ayudar a los demás.

No soy seminarista, pero soy católico. Y creo que Dios me ama tal como soy.

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